Músculus Máximus sale a la arena vestido de reciarius, con capa púrpura y oro, y falda bermellón. Su traje hace juego con las nubes, que filtran la luz, tiñendo el atardecer de un color morado muy intenso.
Levanta la vista y mira al cielo, pero no saluda al público, como los otros. Ni siquiera tiene figuras de dioses en su cubrebrazo. El sacerdote le ha echado en cara que un gladiador no puede ser ateo porque todos acaban rezando alguna vez en el Coliseum.
La grada lo recibe en silencio, como si esperase algún gesto de su ídolo. El gladiador se quita el casco y dedica la lucha a sus compañeros, que esperan su turno en el hipogeum, atenazados por el miedo. Músculus se acerca a la trampilla que ya se mueve. Suena un cuerno, solitario, trémulo, y aparece un felino de cuatrocientos kilos con una marca roja en el lomo, como los banderines que rodean la cavea, como la sangre que ha de derramarse.
Músculus se pone de rodillas. Un murmullo sacude las gradas. El gladiador da un vuelo sublime a su red. Se levanta y va hacia la bestia. Se arrima a las fauces donde los colmillos asoman como puñales. El león se arranca rugiendo. Músculus se arrima más. Revuelve su cuerpo con la red a modo de capa, suavemente, elegante y suicida, para luego pasar a extenderla a sus pies señalándola con el tridente, como invitando al león a echarse sobre ella. Maneja el engaño por la espalda como nadie había hecho desde los tiempos de Espartaco.
Nunca se había visto tanto arte en el Coliseum. Sin embargo, no hay aplausos ni ovación. El Cónsul se pone en pie y tira hacia abajo de su túnica con un gesto autoritario.
Pide la entrada de otros gladiadores, frenando de este modo la cadena gloriosa de pases. El reciarius, resignado, contempla cómo aparece el homoplachi por la derecha que se acerca con movimientos torpes a causa de la armadura, con la pica en alto, mirando al gladiador con desprecio desde detrás de la celosía de su casco. El público aplaude por primera vez. Luego, Músculus escucha otra ovación, y descubre a un tracio aproximándose por la izquierda, serpenteando, con el puñal en alto.
Deduce que el emperador ha dado la orden de saltarse el protocolo para pasar directamente al tercio de muerte. Músculus Máximus agarra con fuerza el tridente, eleva la barbilla hacia el morado del cielo y se abalanza sobre el león gritando como poseído por un espíritu animal.
Radius Audientius -Nos encontramos charlando hoy con el apoderado de Músculus Máximus, el gran gladiador parto que tantas tardes de emoción nos ha hecho vivir en la arena romana. Buenas tardes, Petrus Petronius. ¿Cómo lleva la temporada Músculus?
Petrus Petronius –Estupendamente, las últimas faenas de Músculus le han encumbrado has lo más alto; la otra tarde, como acaba de describir, salió por la puerta del Princeps y nos llueven los contratos.
RA – Ya pero, con este nuevo movimiento de defensa de los animales, quizá el arte del Gladiador empieza a tener dificultades en muchas arenas.
PP – Sin duda. El mes pasado, un grupo de anti-sistema escenificó la muerte de un león en la puerta del circo de Itálica, en Hispania, provocando un tremendo escándalo y obligando a la Guardia Pretoriana a sacar al Procónsul por la puerta de atrás.
RA – ¿Qué tiene que decir respecto de este movimiento?
PP – Pues que en realidad no tiene razón. El león no sufre en absoluto, vive toda su vida libre, cazando y corriendo por la sabana y sólo cuando le llega su hora debe enfrentarse en justa lucha con el Gladiador. ¿Habría leones si no fuese porque se usan en el Circo o se habrían extinguido como los unicornios?
RA – Pero hay gente que equipara este espectáculo con otros de los pueblos bárbaros, constatando así quizá una cierta contaminación extranjera.
PP – De eso nada, la lucha de Gladiadores con fieras es un arte, una tradición romana que simboliza la lucha del hombre contra la Naturaleza, en definitiva, la epopeya de la civilización. Las costumbres bárbaras no tienen ese sentido ni esa dignidad.
RA - ¿Qué recomendaría a las personas que aún dudan sobre la legitimidad de tal lucha?
PP – Que se acerquen un día al coliseo, al de su ciudad, y presencien las luchas de gladiadores, respiren el aroma a sangre y arena, sientan el rugir de las fieras, el bufar de los hombres, el sudor del público y la emoción del peligro y la muerte. Seguro que no salen decepcionados.
RA – También representa a la Asociación Imperial de Propietarios de Luchadores, qué planea la asociación para mejorar la dañada imagen de la fiesta.
PP – Hay grandes novedades para esta temporada. Las luchas con animales serán suavizadas para evitar aún más el sufrimiento de los mismos. Los luchadores serán despojados de sus armas, para que la lucha sea más equitativa.
RA – Pero eso provocará la muerte de los luchadores, no creo que a un Propietario de Gladiadores le interese el negocio.
PP – Oh, no hay peligro. Para esos espectáculos contamos con otros luchadores, gente sumisa que cree que una muerte con sufrimiento les garantiza una vida mejor, más allá de la hora final. El público se ríe mucho y los leones se dan un buen festín.
RA – Bueno, vemos que la Fiesta no decaerá por ahora. ¿Un último mensaje para los grupos anti gladiadores?
PP – Que si no creen en las luchas, que no vengan a verlas, pero que respeten a los que si creemos que el espectáculo es arte.
Esta entrevista es un fragmento de la que publicaremos el día de Marte en nuestra revista “Auriga”.
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